En su paleta está el fuego. Javier Liébana somete a la materia a procesos marcados por la ciencia y la poesía. Trabaja en los límites de lo pictórico, acuciado por la incertidumbre, siempre atento para ofrecer ese descubrimiento que muestra en unas superficies espectaculares, más propias de la escultura que del pigmento. Su obra se enraíza en los frisos del Partenón para llegar por sí misma a una forma contemporánea que reta con audacia al Informalismo. Liébana es un artista del siglo XXI al que solo interesan los valores espirituales de carácter universal, según sus propias palabras. Por eso encuentra inocuos el color o la materia aislados, como desaguados en los límites del arte. No quiere que la interpretación de sus cuadros se reduzca únicamente a aspectos formales, necesita transmitir una idea de perpetuidad, casi mística, como lo viene haciendo la pintura desde las cuevas prehistóricas. Su ... ánimo rechaza la sensualidad, pero esta se le resiste y se filtra por rendijas que fragua esa trascendencia clara en su obra, una creación fresca y convincente, viva y tenaz. Sorprende esa técnica que el artista ha convertido en lenguaje con brío. Porque es el esfuerzo una constante en él y la llave que le abre ya un brillante futuro.