Su estudio refleja cierto atractivo aromatizado por el amplio recorrido durante años como grabadora y dibujante, en una suerte de acumulación ordenada con múltiples ideas temáticas y formales que se cruzan y finalizan, que permanecen latentes a la espera de ese nuevo ilusionado retomar para concluir aquel primer impulso nacido de lo que sea.
La presente exposición de Silvia Pagliano, en el Museo del Grabado Español Contemporáneo de Marbella, es la consecuencia de obtener la máxima distinción de los XIV Premios Nacionales de Grabado 2006, justo con la obra Lo que lleva el río II, de 2005, a raíz de un singular proceso nacido dicho año y con antelación al citado grabado. El protago-nismo del mencionado proceso, en el ámbito de estos grabados expuestos, se basa en un alto número de fotografías, en blanco y negro, que Silvia Pagliano exhibió en la Real Sociedad Fotográfica de Zaragoza, años 2005, 2006 y...2007, razón para que la inmensa mayoría de las estampas tengan fondo negro con formas sobrepuestas en blanco, también en otros colores pero sin ser dominantes en cuanto a su número. Fotografías del bosque y de árboles, sobre todo almendros, que sufren un específico proceso hasta transformarse en fascinantes estampas. Proceso por reducción formal, hasta el punto que poco queda de aquellas primeras fotografías de las que se partió para iniciar un conjunto de estampas, las aquí expuestas, que comprende los años 2005, 2008 y 2009. Pero ¿qué ocurrió con los años 2006 y 2007? Ya se comenta-ba al principio acerca de una idea emergente que, sin acabar, permanece etérea, latiendo con sonido impercep-tible, hasta su definitivo final.
Sus primeras estampas, como inicio de esta amplia serie nacida en 2005, son abstracciones geométricas configuradas por diferentes planos en cuanto a número, siempre mediante formas dominantes rectangulares y, en menor medida, cuadradas, que son el método regulador para evitar recargar cada composición. A partir de aquí incorpora, sobre fondo negro infinito, como si fueran indolentes pinceladas del universo, abandonadas a su azar, todo un conjunto de formas flotantes blancas con excepcional capacidad evocadora, como estrellas besándose entre lejanías y formas alargadas móviles desde su feliz inmensidad. Todo muy cercano pero inaprensible. Es, quizá, como si fuera el deseo de dominar, de comprender, lo inaccesible pero desde la familiar cercanía de una obra gráfica, que nunca se deja aprisionar por su radical independencia artística. Dichos conceptos, dentro del año 2005, se amplían, se diversifican, se nutren de aquellas primeras obras con estructuras geométricas. Ahora la geometría desaparece, como si la artista hubiera hallado el sendero eficaz, incluso más abierto por suelta imaginación, para desarrollar una suerte de formas sin límites. Será así, siempre en blanco y negro, como los reflejos sobre el agua, con planos verticales en la base y delicadas estrellas, destrozan la realidad para conducirnos hacia laberintos de múltiples enigmas vía evocación. Lo mismo acontece mediante los trazos irregulares, auténticas luciérnagas del espacio, y la poderosa presencia de temblorosas esferas danzando por doquier, que son felices estrellas en una suerte de baile gigantesco inmutable, sordo, con sonido perceptible sólo desde nuestra mirada. El sorprendido pensamiento observa, gira inmovilizado y permanece alerta a la espera de más sucesos.
Temas que mantiene durante 2008 y 2009, pero ahora con algún fondo color mostaza, incluso negro, blanco y algo de verde. Las estrellas son numerosas y, en ocasiones, esquemáticas como si fueran su perfil hecho geometría, pero también rutilantes y en escaso número posado en un ángulo del soporte, para así huir de cualquier control de las leyes universales y alejarse solitarias hacia destinos impredecibles. Quedan dos obras, de 2009 y con fondo negro, que se escapan de lo comentado. Dos fondos iguales que amor-tiguan, acogen y potencian lo representado, pues en ambos casos el ámbito formal tiene gran poder. Una forma es ondulante y la otra culebrea de manera transversal al soporte, pero como norma atesoran un palpitante dinamismo, siempre dentro de un espacio inaprensible sentido con la naturalidad de cualquier habitación familiar. Dinamismo que respira dentro de ambas formas, como si una fuerza oculta las impulsara sin descanso, porque la verdad, sin más, es que una gigantesca brocha con pelos de acero blando estuvo manipulada por la artista desde una plataforma espacial, tan mecánica como obediente, para trazar constantes y maravillosos gestos y pintar la gigantesca cotidianidad circundante con el vibrante y acogedor lienzo negro como único soporte. Goza. Goza serena porque siente que desde aquella plataforma española ha dominado la inmensidad, antes tan esquiva por limitaciones de espacio en su estudio. De aquellas primeras fotos rodeada de inocentes almendros, de agua y de bosque, a una secreta plataforma espacial lanzada desde Madrid. Insólito pero auténtico. Silvia Pagliano, una vez en Madrid y ya en su estudio de Zaragoza, despierta agotada, perpleja, succiona aquellos inverosímiles gestos pictóricos, tan de gigante, y los transforma en dos estampas que borbotean incesantes. Aquellas estrellas, mientras tanto, han detectado con envidia toda la maniobra espacial y se mantienen a la espera de ser interpretadas de nuevo, vía sentimiento, durante tan incesante y abarcador periplo cósmico. Será inútil. Silvia Pagliano, sin piedad, abandona tanta pasión exterior y en la actualidad retoma varias ideas, entre las cuales una predominará por razones imprecisas, pero siempre alimentada por circuitos casuales con el encuentro como matiz sorprendente por inesperado. Nace otra serie.
Imágenes de la Exposición
Silvia Pagliano
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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