Entre la prisa habitual, el ruido del tráfico llenando la calle y el pensamiento ocupado en la próxima reunión, algo entrevisto a mi derecha, detrás de un gran cristal, me llamó la atención. No supe qué y seguí andando, pero al cabo de poco tuve que volver atrás, y buscar aquello que me había interrumpido la programación diaria.

En seguida reconocí de qué se trataba: lo que llegaba a la calle era toda una gama de colores brillantes y contrastados, eran unas ganas increíbles de contar historias y otras ganas enormes de lanzar mensajes a los cuatro vientos. Me sorprendió, y me alegró.

Así conocí la pintura de George Rodéz, y así os la presento.