Desde tiempos inmemoriales y con aún mayor énfasis en la actualidad, la concepción del cuerpo se ha basado en la apariencia. El temor a los vestigios del paso del tiempo, a las huellas de la imperfección y a los rastros y, por consiguiente, a la evidencia de la mortalidad en nosotros, nos ha llevado a buscar métodos de cripsis para enfrentarnos a un mundo que nos amenaza con su crítica descarnada, del mismo modo que un animal en peligro se camufla para esconderse de su depredador.
Comprendiendo desde lo cotidiano del maquillaje y la joyería hasta las mutilaciones corporales como piercings o tatuajes, la obra de Pilar Andreo nos enfrenta, a partir de la visualidad, al temor que nos produce contemplar el deterioro progresivo del cuerpo. Esto lo hace a través de uno de los órganos que más refleja el envejecimiento en el ser humano como lo es la piel, y...al desasosiego que nos produce reflexionar en la naturaleza perecedera del cuerpo.
Al mismo tiempo, nos invita a formar parte de una experiencia relacionada a lo táctil, en donde este sentido, que ha sido muchas veces relegado en favor de la misma visualidad, cobra principal importancia en una búsqueda de sentir a través de la imagen.
Es en esta polarización sensorial en donde la perla aparece como un elemento unificador. La analogía del cuerpo extraño que se introduce en un organismo transformándose en una piedra preciosa -del mismo modo en que nosotros incorporamos cambios a nuestros cuerpos- cobra sentido tanto a nivel teórico como visual, reflejándose no solo en la forma sino también en los elementos y cualidades visuales en la obra de Andreo, en la que las texturas nacaradas, las formas orgánicas y los tamaños pequeños y manipulables invitan a un diálogo vertiginoso entre los sentidos.
Entrada actualizada el el 17 dic de 2018
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