Sonqo
Nuestra lengua estaba llena de imperfecciones acústicas, de palabras que nos costaba identificar qué cosa era con cada signo. Por eso subíamos hasta “El Fuerte”. Así decían los carteles de referencia turística. Ahí habían dejado las entrañas Las Antiguas, en señal de rebeldía, inscriptas en la tierra todos los nombres, y el tuyo: Ava’y
Muchas veces me pregunté si quizás estábamos en Yvy Mara He’y, la tierra sin mal. Pero no, esto seguía siendo siempre Mbaporenda, un lugar para el trabajo, donde los pies y las manos arañan la tierra para decir algo.
-Sonqo, te voy a contar algo. Tu nombre es un nombre que se usa para exigir que se rinda el vencido, que entregue las entrañas. No sé cuando empezamos a usar este nombre. En lengua Karai le decimos corazón. Pero no es cierto, está equivocado. Es en realidad acá donde sucede todo. Acá. ¿Sentís? Donde todo se...revoluciona, se revuelve, donde se piensa. Porque para pensar hace falta una superficie muy grande, que se pueda palpar con las manos.
Puse mi mano sobre su cabeza. Ladró fuerte y corrimos. Los músculos tensos, un cuerpo junto al otro levantando la arenisca contra el cielo húmedo. Sabíamos que era el último día. La última vez. Con eso en el estómago, con furia, largamos las zancadas, yo no sonreía. Sonqo no podía evitarlo, me miraba cuando me dejaba un poco atrás, sus labios rebotaban al ritmo de mi corazón. Y ladraba. Yo insistía en mi mudez. El golpe iba adentro, continuo, sonoro.
-¡Sonqo!. Grité.
Paramos. Una nube de rocío nos envolvió.
Cuando paramos nos dejamos caer como fulminados por un rayo. Sobre el barro caliente, ardiente al sol del Trópico. Metía mis dedos en las hendiduras. Olía la sombra de los relieves. A veces abría las piernas y me montaba.
Entrada actualizada el el 15 jun de 2017
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