Hemos llegado hasta aquí. Nos gusta pasearnos por espacios vedados. Ser mirones. Estar del otro lado, afuera.

Entramos, somos esta fantasía, los dueños de las historias que creemos haber descubierto. Como si las escenas que ahora vemos nos hubieran estado esperando.

Hallamos relatos aquí (nos pertenecen sólo a nosotros), que respiran en la zona demarcada no sólo por el mobiliario o el marco de la fotografía. Esos relatos viven por nuestro deseo.

Sin embargo, metidos de lleno en esta puesta venimos a comprobar que antes de nosotros hubo un otro. Alguien más mira. ¿Pero quién? ¿Quién que se acerca a las criaturas de Sofía y las observa largamente desde lejos?

Una cascada de imágenes despiertan estos personajes ahora cercados por antiguos marcos de cuadros. Estimulada por tantas posibilidades, Vero ingresa a la acción apuntalada en su ojo ... artificial (la cámara). En su posición de espía delata a un otro, y a su vez abre la puerta al espectador. Ya no habrá límite aquí. Hasta dónde animar la imaginación, pareciera decirnos desde sus composiciones que toman prestado los 'juguetes' de Sofía (escultura-objeto), para volverse protagonistas de sus cuentos breves. Una nena (muñeca), o dos nenas, el zorrito, la mamá osa, a los que Vero arrimará sus propios objetos: la bici azul el gorila intruso. Tan intrusa como ella en este mundo secreto, un mundo paralelo. Nosotros, espectadores mirones de lejos, también nos quedamos, mirando a quien mira y a quien es mirado, cómodos en este cobijo suave de tonos pasteles y niebla, sorteando las telas, los filtros que se interponen, suponiendo que otras cosas podrían pasar en la vitrina o en las fotografías, continuando la historia.