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La pintura no figurativa debe exhalar veracidad, y cimentarse en un andamiaje sólido, proceso sintético hasta reducir la materia a sus partículas más elementales. Los trabajos de João abrazan la mesura, en un mapa sinóptico a caballo entre la plenitud, la austeridad y el volumen lírico. No se percibe una abstracción geométrica stricto sensu, pero sí orden, equilibrio y mimada pulcritud en su epidermis.

Mientras pasea por los bulevares de la creación, João Alexandre se aviene con una técnica milenaria: la encáustica. A diferencia del óleo, en el que el aglutinante de los pigmentos suele ser el aceite de linaza o la esencia de trementina, en la encáustica se aplica cera de abejas refinada, ... proporcionando efectos de apreciable intensidad. Resultan así obras táctiles, de plasticidad orográfica y destacadamente contemplativas, detalle heredado de la color field painting de posguerra. Sus contornos netos, bruñidos, por el contrario, la vinculan con la corriente hard edge. Conjuntamente, el collage y el informalismo proporcionan matices a su obra, reposando sobre madera, papel o papiro.

Sus trazos son poderosamente vigorosos, de profundidad abismal, materia sin materia, caligrafía desnuda y envolvente como la música de las esferas. ¿No aspira en definitiva el arte abstracto a convertirse en reino soberano, independiente? La pintura es un templo, y cada surco que Alexandre excava una invocación al color y a la forma, embebidos de sentimiento. Superficies impermeables, negros tupidos, magentas carnales, aguamarinas escanciados, y blancos delicados como seda de Kashgar, galantean con la retina. Encáustica, importada del griego, significa literalmente grabar a fuego. Bien lo sabían en la inmemorial Solunto, y  asimismo João, impecable legatario de técnicas perennes.

Manuel Márquez Crespo

Historiador del Arte