El primer haiku, junto con las fotografías que le acompañan, pretende indagar en un concepto, el de horizonte, como un lugar (tan cierto como hipotético) que despierta nuestra curiosidad por saber qué es lo que hay más allá (más mar o más océano, tal vez una isla o todo un continente). Un lugar acaso inexistente pero que estimula nuestra imaginación y nos incita a la acción, al viaje, a la aventura, al deseo de saber, pero que siempre retrocede con nuestros pasos. Y no es sino la curiosidad y las ansias de saber lo que nos distingue, junto con los grandes simios y algunos cetáceos, del resto de los animales.

El segundo haiku forma parte, junto con otro conjunto de fotografías, de una serie que habla de la angustia de saber que somos para ... la muerte, de que nuestro destino es volver a la Nada eterna de la que venimos. Nuestra tragedia es saber cuál es nuestro destino, qué es lo que nos espera. Nuestra grandeza es saber aceptarlo y hacer cuanto podamos con el tiempo que nos queda.

Este dilema, que bascula entre la Vida y la Muerte, no acaba nunca de resolverse. Basta tan sólo con aceptarlo