El mar y el viento golpean los barcos, a veces con enorme violencia, chocando con fuerza contra los cascos, arrasando las cubiertas y agitando los cables y los cabos. Aun cuando todo parece en calma, el sol desgasta las superficies y la sal y la humedad se introducen en las juntas y las grietas. Todo envejece pronto. Las maderas se pudren, los hierros se oxidan y la pintura salta acelerando el deterioro.

Viejos prematuros, los barcos son sacados del agua para ser reparados. En la cima de una rampa recortan su silueta entera sujetos en extraño equilibrio, mostrando su total enormidad, inertes, erguidos desde el suelo con la quilla clavada en tierra. Allí, varados, descansan del perpetuo movimiento de las olas revelando el secreto que normalmente ocultan bajo la superficie.

Es en este lugar de ... barcos destartalados, entre maderas, hierros, escaleras y andamios, entre colores nuevos y desgastados, donde Pedro Vilabelda vuelve a buscar el arte en los objetos estáticos y en la materia, jugando con las composiciones subjetivas, confrontando ángulos y perspectivas y dejando entrever la intervención de la naturaleza y del azar en la creación artística.