Hablaba de sus esculturas, con el mismo fervor de un padre hacia sus hijos, amenizándolas y dotándolas de vida con las leyendas que él mismo inventaba e improvisaba, para realce de sus vástagos de madera. Eran historias fantásticas, increíblemente... creíbles...
Entre gestos malabares se le encendían los ojos y sonreía con la mirada del niño que aún se refugiaba en él, otorgándole un semblante tierno y angelical...
Desde la nostalgia, sólo deseo con este libro, repleto de íntimas imágenes, textos personales, y sobre todo de buenas intenciones, os hagan cómplices de lo que fue y es, Pedro Gilabert y deje de ser un artista local para convertirse en lo que fue: un Creador Universal.
Entrada actualizada el el 26 may de 2016
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