Su obra recrea un universo pictórico propio sin referencias espaciales reales, en un espacio neutro, blanco, mental y abierto, donde los personajes marcan el ritmo de una pintura en movimiento, personajes diferentes, pero que parecen entenderse a la perfección, o no. Son una plasmación plástica de cualquier persona, un autorretrato en el otro. Las personas desconocidas que conviven con Ensesa están pintadas de forma esquemática y sintética. El artista se deja guiar por la frescura de la intuición imaginando qué harían estas personas si se encontraran por primera vez.

Sus personajes se miran, se admiran, se atraen, bailan, andan, se pelean, se tocan, se esconden, hablan… Están solos o en grupo, pero siempre mantienen una comunicación entre si aunque no se hagan caso. Tratan de afirmarse en un gesto desinhibido, sin prejuicios, despreocupados por las normas y que sorprende por ... su espontaneidad. Les gusta pasear por la ciudad, son urbanos. Dejándose traer por el movimiento constante sienten placer en sus idas y vueltas. El viajero, el náufrago “voyeurista”, en su afán por descubrir los detalles del otro, queda atrapado en sus propias historias ajenas.

Según el artista: “Cuando salgo de casa y paseo por la calle, enseguida noto como las miradas se entrecruzan. Todo el mundo lo hace. Algo entre el orden y el caos aparece enseguida, violento y seductor, que produce gran sorpresa. Casi es un juego. De manera sencilla empiezan a tejerse relaciones, complicidades. Quedamos unidos a pesar nuestro y por gusto. Nadie ignora a nadie.”