Crítica 29 nov de 2024
por Matías Helbig
Sol Calero, "Pica Pica", 2018. Vista de instalación, Kunstverein für die Rheinlande und Westfalen, Düsseldorf. Fotografía por Katja Illner. imagen cortesía de la artista
El género musical de la salsa tiene al menos un rasgo evidente: la letra puede narrar un drama (una pérdida, una injusticia, el anhelo de volver a casa, incluso un crimen) a la vez que la música celebra una fiesta. Para quien entiende el idioma, este contraste es visible. Para quien no sabe nada de español, la salsa es toda entera una celebración. En esa tensión, en ese juego de opuestos y de disfraces se sostiene Guanábana ando buscando yo, la exposición individual de Sol Calero (Caracas, 1982) en el Museo Centro de Arte Dos de Mayo (CA2M), en la ciudad de Mósteles, al sur de Madrid. No por nada, la artista, cuya obra participó en el Pabellón Criollo de la 60º Bienal de Venecia, toma prestado el título de la canción Buscando Guayaba, del panameño Rubén Blades.
La exposición está emplazada en el segundo piso del museo. Al entrar al edificio, en la planta baja, una sala de descanso bajo las escaleras produce por casualidad un prólogo. Media docena de pufs de colores dispuestos sobre una alfombra parecen la abstracción de una naturaleza muerta de Calero puesta sobre ellos, Mesa servida (2022), obra de la colección del museo y colocada in situ en el marco de la exposición. La abstracción del mobiliario y su espejo figurativo funcionan, inconscientemente, como el péndulo sobre el que está concebida la muestra. La búsqueda de la identidad arrancada por el exilio y la voluntad de construirla sobre un imaginario que tiene que sortear el estereotipo, el fetiche y la mercantilización. El recurso que encuentra Calero para hacerlo es la parodia, otro espejo que refleja y deforma a la vez.
La sala está planteada en tres espacios. El primero es un merendero y un comedor unidos por una inmensa pérgola flanqueada por árboles frutales y plantas exóticas de plástico. Por el paseo de la pérgola se exhibe Pica Pica (2018), una obra que recoge una leyenda popular venezolana en la que los peregrinos ofrecen a un árbol sagrado sus milagritos —pequeñas ofrendas de papel recortadas en forma de casa, de mano o de un automóvil— con deseos y plegarias. En la versión de Calero, el espectador está invitado a participar de esta tradición sentándose y preparando su propio milagarito en el gran comedor, donde hay una veintena de sillas, también de plástico. La noción de lo colectivo, como veremos en el resto de las obras, tiene un rol fundamental en la arquitectura concebida por la artista.
En el centro del segundo espacio se yergue El Autobús (2022). Un ómnibus turístico a escala real que simula un viaje por paisajes rurales guiados por una voz que describe parajes imaginarios como la Necrópolis de Huyotemanco. En este viaje, la parodia expone al espectador ante sus ideas preconcebidas sobre lo supuestamente latinoamericano y su exotización. Lo mismo ocurre con el espacio circundante: desde el autobús, los murales de flores y las fachadas de casas coloridas transforman la exposición en un parque temático y al visitante en un turista. Como en la salsa, Calero desarrolla un gesto doble, explora la identidad y falsea el estereotipo a través de su caricatura (quien apenas conoce de oídas algo sobre Venezuela no sabe que Huyotemanco no existe, pero la construcción fonética de su nombre, encerrado en la tipificación limitada de lo supuestamente aborigen, puede embaucar a cualquiera).
El último espacio es una escena nocturna. Tres pinturas fluorescentes que constituyen un escenario selvático y estimulante que hace de antesala a una sala de cine, a la que se ingresa bajo una marquesina de neón típica de los años cincuenta. Dentro, las butacas son reemplazadas por sillas de plástico, y lo que se proyecta no es una película sino una telenovela, Desde el jardín (2016), producida por la artista. Aquí, Calero desarrolla el recurso paródico hasta sus últimas consecuencias: una mujer de un barrio remoto y humilde llamada Amazonas sueña con una vida de lujo, consigue ocupar el lugar de la esposa de su patrón y acaba enredada en una grotesca lucha de clases entre los ricos y el servicio.
Guanábana ando buscando yo construye, así, desde una arquitectura exagerada, una exacerbación de lo que se entiende comúnmente por “América Latina”. El plástico excesivo y la estridencia del color refuerzan las definiciones estereotipadas cargándolas de humor, pero también de crítica. La preconcepción es acentuada y denunciada en un mismo acto para intentar decir lo que es suyo en tanto que venezolana, ergo, latinoamericana.
A la canción de Rubén Blades, entonces, podríamos agregar unos versos de Andrés Calamaro, en su Enola Gay:
«Where the hell is Argentina? Never seen that in a map. As a matter of fact, Never seen a map in my life. Lady, do you know how the tango is? Have my mango, have my mango, please, So you start have an idea How the tango is. Uh, creo que si fuera más latinoamericano Sería más yankee…»
Reemplacemos «Argentina» por cualquier país del sur de América y el «tango» por cualquier género de la región. Por último, «yankee» por cualquiera de nosotros, posibles visitantes del espacio.
Los estereotipos son dinámicas producidas por unos, hace mucho y hace no tanto. En su día, los construyeron europeos expedicionarios: unos, en su faceta conquistadora y universalista, empujados por el «hambre de los metales», como lo expresa Joaquín Barriendos citando a William Arens; otros, —quizás los menos—, lanzados por concepciones metafísicas que los primeros utilizaron como arma imperialista. En el último siglo y medio, la dinámica fue invertida: el prejuicio universalista es pronunciado ahora sobre la base de un multiculturalismo simulado y exportado desde centros universitarios específicos. La brutalidad es mayor en tanto que en el orden secular imperante, todo se reduce a una «mera hambre extractivista». Y son los ámbitos culturales (desde las revistas y los museos, hasta los curadores y los visitantes), apéndices de esta voracidad, quienes lo incorporan y reproducen en su vana necesidad de definir para poder mercantilizar.
La pregunta que sobrevuela es en qué grado, en su tentativa de volver a casa, es Calero consciente de ello.
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