Entre las exposiciones que tuve tiempo de programar durante mis años al frente del Reina Sofía, me siento especialmente contento de la de Francesc Català-Roca, que en 2003 comisarié con Andrés Trapiello, y que titulamos Barcelona-Madrid. Años cincuenta. Ninguna otra mirada de aquel tiempo nuestro posee la mezcla de precisión y lirismo, que es el secreto de este grande. La precisión sin duda la aprendió de su padre, Pere Català Pic, que le transmitió el conocimiento del idioma Nueva Visión. La poesía la puso él, peatón de Barcelona, que era su lugar de residencia, y de un Madrid que entendió como pocos, y de tantos otros lugares. Durante la preguerra nadie, por desgracia, había llegado a practicar por estas latitudes, ese tipo de fotografía. Nada parecido aquí a los fotolibros que entonces se hicieron sobre París, Nueva York, Berlín, Londres o ... Buenos Aires. Ese papel le tocó desempeñarlo a Català-Roca, y en una época completamente distinta de lo que había sido la preguerra. Los dos libros de que partimos para aquella muestra son, pese a las cortapisas y a las limitaciones editoriales, únicos, especialmente el de Barcelona, con texto de Luis Romero.

Emoción de volver a Català-Roca, de volver a encontrarnos, en A34, con el recadero entrando en la boca del metro, con el niño frente a una librería, con el gato sesteando en un puesto callejero de viejo, con el autobús de dos plantas a contraluz, con el tranvía, con la biblioteca del Ateneo, con la sastrería y las demás tiendas antañonas, con el Liceo y sus severos carteles, con las jaulas de los pájaros ramblistas, con el móvil de Calder girando en el escaparate de la sombrerería de Joan Prats, con la arquitectura de Coderch...

Maravillas, realmente -también hay ejemplos del trabajo del fotógrafo en la Costa Brava, en La Mancha, en Galicia, en Sevilla, en Canarias...-, y una ocasión magnífica para trasladarnos mentalmente a una Barcelona ida, pero viva todavía en la memoria, que es la de los arquitectos del Grup R, la de un Joan Miró que contempla bailar a La Chunga, la de los pintores y poetas de Dau al Set, la del Club 49, la de Filograf... Una Barcelona aquí en blanco y negro, como en blanco y negro los haigas por el Madrid de una Gran Vía casi norteamericana -sobre todo por la noche-, de unos barrios viejos todavía barojianos, de una autopista metafísica y desolada, de un aeropuerto que casi parece el de la película Casablanca...