Antonio González basa su obra en el minimalismo de ciertas expresiones geométricas: cuadrados, rayas o círculos se expresan de una forma rápida y desigual, al tiempo que reivindican la imprecisión que emana de todo lo que es teóricamente preciso. Con el blanco y el negro como colores primordiales, González juega a esconder el resto de colores por toda la composición: pequeñas manchas amarillas o rojas aparecen vertidas de forma accidental, o bien se esconden tras formas que el color negro ha cubierto con una contundencia desesperada. En un segundo estadio de la propuesta, los colores (rojos, amarillos, azules o verdes) se han nivelado con blancos y negros, y ya no aparecen tímidos ni irreverentes: toman ahora las mismas formas geométricas a las cuales antes parecían importunar.