Descripción de la Exposición ¿Son esculturas? ¿Son juguetes? ¿Ambas cosas? ¿Ninguna, y tendríamos que definirlas como piezas, sin más? En todo caso, sobra interpelar al autor o esperar a la revelación facturada por el crítico. Estas construcciones vienen a nosotros, son ellas las que nos miran y nos dicen lo que son, se dirigen a nuestra memoria, a los sentimientos e imaginaciones de nuestra infancia, a lo más esencial de nosotros mismos. Recuperan deseos antiguos, nos depuran de cortezas, nos devuelven a un tiempo limpio y elemental en que aprendíamos el mundo. Y nos informan de que de todas las búsquedas que hemos emprendido en la vida hay una que nunca cesará, aquella que iniciamos para tratar de darle sentido a las cosas. Hay en este país algunas generaciones, entre ellas la del autor y mía, que construíamos nuestros juguetes con deshechos de útiles que encontrábamos en la calle o con materiales que atrapábamos de la naturaleza. Fue antes de que la industria impusiera sus cánones y perfeccionara tanto los objetos que el único margen que dejaba a la imaginación era para romperlos o para ignorarlos al instante de haberlos palpado. Nos frustraba no disponer de un balón de reglamento, pero éramos felices pateando pelotas de trapos viejos hasta reventarlas o disparando con pistolas de caña o conduciendo camiones hechos con palas de higos chumbos. Reproducíamos el mundo con nuestras propias manos. Las cosas no nos salían perfectas, pero pronto descubriríamos que el mundo tampoco lo era. Estas piezas apelan a esa parte de nuestra historia, y lo hacen muy oportunamente, cuando nuestro mal sueño de nuevos ricos nos devuelve a una vieja y dolorosa pureza que el autor ha reencontrado en sus viajes por África, a la que, en cierto modo, nunca dejamos de pertenecer. Si lo queremos mirar así podríamos hablar de un arte social sin imposturas que bajo el encanto de las piezas esconde una realidad que se aproxima al universo de Mad Max, tan inminente. El arte no tiene apellidos, pues todo lo degradan, pero parece inevitable incurrir en la trampa, y con esta colección doy la bienvenida a un arte emocional. En realidad ese adjetivo es el que diferencia al arte de los artefactos, por lo que no sería necesario. Pero dígame si es posible contemplar estas formas sin que algo dentro de uno se remueva, sin que el pasmo, la perplejidad, la sonrisa, la lágrima por sentimientos de nostalgia, alegría o reconciliación con uno mismo no afloren del corazón y aviven los rescoldos. Ángel Haro se ha dejado hacer a sí mismo frente a todo reclamo de la prudencia, contra el rigor de las convenciones y saltando sobre lo que dictan los códigos acerca de lo que un artista debe hacer en cada momento. Su imaginación ha roto diques y eliminado todo complejo para que estalle de nuevo su creatividad por caminos tan aparentemente imprevistos como coherentes con su biografía, su experiencia generacional y el compromiso con su tiempo. Sin riesgo no hay arte, y sin arte no hay vida. Aquí esta la vida recreada, contada, abierta siempre a todo.
Formación. 30 oct de 2025 - 11 jun de 2026 / Museo Nacional del Prado / Madrid, España