UNA REALIDAD VERDADERA | João de Melo
La primera sorpresa proviene del hecho de que la fotógrafa Andrea Santolaya no se ha dejado tentar por las bellezas azules del cielo y del mar, ni por los verdes absolutos de la tierra. En las Azores, todo resplandece y nos encanta: los verdes paisajes costeros y litorales, las montañas y las brumas, los bosques de incienso y cryptomeria, carreteras y caminos que nos llevan consigo, las más bellas lagunas del mundo y sus leyendas de amores contrariados. La otra sorpresa es su arte de ver, una mirada en blanco y negro y con la finura penetrante de la vida, de las personas y de sus artes y oficios cotidianos. Señal de que puede haber equívocos y hasta falsedades en los mil colores de las islas. Vistas en su colorida ilusión, su belleza puede ser, después de todo, la madrastra de sus habitantes, cuantas...veces ignoradas por quien las visita.
Es en el blanco y en el negro donde reside la perfecta verdad de los pequeños y grandes mundos. Posamos los ojos en los rostros y en las manos que trabajan, y he aquí la razón de la existencia de las personas en el lugar donde viven. Y entonces creemos tanto en su condición de azoriano como en la universalidad del género humano. Ni todos los pueblos se pueden enorgullecer de las ballenas que cruzan sus mares calientes y tranquilos, pasando tan cerca de las casas y de la tierra a la vista; ni de los barcos que entran y salen de la isla que los abriga, yendo hacia la línea del horizonte en busca de mundos que están más allá de lo que nos pertenece. La vida son los rostros duros de los pescadores en tierra, la mirada pensativa y soñadora de las niñas del mar, marineras, tal vez hijas y nietas de los dueños de los barcos atracados en el muelle, bajo la lluvia. Y hay mujeres que cantan a la hora de la misa, y hombres peregrinos a la puerta de las iglesias, los llamados “romeiros” que, durante la Cuaresma, a pie, en una semana dan la vuelta a la isla rezando, pidiendo por el perdón de los pecados. Y he aquí la imagen del hombre tumbado en el banco del Campo de San Francisco, donde se mató con dos tiros en la boca el más grande poeta de las Azores, Antero de Quental. El enfermo de angustia y de metafísica que no encontró el sentido de la vida y del mundo. No sé si el hombre de la foto duerme bajo el signo del ancla y de la esperanza, o si está él mismo en agonía con la muerte del otro, el poeta de la transcendencia y de la luz perpetua. De lo que tengo certeza es de lo profano y de lo sagrado, del espíritu y de la fe, los antídotos de la contingencia y de nuestra efímera vida sobre la tierra. Es lo que me dicen los ojos, la sensibilidad y el arte fotográfico de Andrea Santolaya, al traernos la realidad verdadera de la gente de las Azores.
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¿Qué significa tener el poder de la luz en el punto más occidental del continente europeo? ¿qué acontece cuando el océano es el único elemento que rodea a una población? ¿qué ocurre cuando la tierra firme más cercana está a 1375 km de distancia? ¿qué significa estar aislado si vives en una isla en mitad del Océano Atlántico?
Lagos, faros, buques, acantilados y ballenas apuntan al vínculo del hombre con el espacio acotado de la isla de San Miguel en las Azores. Y es bajo el sentimiento trágico de los sonetos de Antero de Quental y su idea sobre la existencia que este proyecto quiere ser testigo de la idea en torno a la soledad, la relación del ser humano con el mar y sobre las criaturas que habitan en él. ¿Existe un síndrome de isla?, ¿puede una persona estar aislada física y psíquicamente?
Los personajes que aparecen en este relato contemporáneo son fareros, marines del buque de guerra “Viana do Castelo” donde estuve embarcada, recolectoras de té, en una de las fábricas más antiguas de Europa “Cha Gorreana” y reclusos de la paradójica prisión situada frente al mar también conocida como “Boa Nova”. Son todo espacios girados al mar en un territorio volcánico inundado por cráteres y montañas. ¿Es posible reflejar el síndrome de vivir en una isla en el siglo XXI?
Andrea Santolaya
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Andrea Santolaya (Madrid, 1982) ha desarrollado un lenguaje fotográfico personal y honesto para retratar la vida de pequeñas comunidades donde destaca la atemporalidad como lazo social. Ya sea con el Ballet Mikhailovsky de San Petersburgo, en Rusia; la etnia warao del delta del río Orinoco, en Venezuela; el mundo del boxeo en los gimnasios de Nueva York, Estados Unidos; el centenario equipo de rugby Biarritz Olympique, en Francia; o los Antiguos Creyentes rusos en Alaska.
Su trabajo fotográfico permite entablar un diálogo con el espectador al mostrar la intimidad de los lugares, los personajes que lo habitan, la historia y cómo se debate la sociedad en su entorno natural a lo largo del tiempo. La contemplación y la experiencia personal mostrada a través de la fotografía constituyen el hilo conductor que une todos estos proyectos para contar una historia en imágenes.
Imágenes de la Exposición
Andrea Santolaya, Santa Bárbara. 2018 — Cortesía de la galería Antonio de Suñer
Entrada actualizada el el 04 nov de 2019
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