El trabajo de Mazal se organiza en series en las centra durante un tiempo, girando sobre la cuestión elegida tanto en el ámbito temático como en los aspectos formales y técnicas pictóricas de forma que lo conduzcan a nuevas exploraciones y connotaciones en su obra. Los ciclos han tratado sobre música minimalista en sus inicios, pasando por las grandes cuestiones vitales como el nacimiento, la maduración, las relaciones y la muerte, hasta la última gran irrupción en su obra tras la visita al yacimiento de Plenquene la Tumba de la Reina Roja.

Su pintura se caracteriza por la ausencia de paz, no existe un rincón para la calma toda su obra se ve atravesada por un movimiento marcado por el pasar del tiempo. Todo pasa con la misma simultaneidad con la que podemos aprehender aquello que nos sucede, con la diferencia que expresarlo como lo hace Mazal requiere de largos periodos ... de introspección, extensos tramos de vida para darle forma a las formas que, a la vuelta de unas cuantas miradas nos remitirán a una intimidad pocas veces develada de manera tan intensa. Nos va descubriendo así una ruta personal, íntima que nos revela sus intereses, sus deseos, sus descartes y aceptaciones y como un editor de la realidad, selecciona para nosotros lo más relevante de aquello que a él le mueve y que se ha convertido en centro fundamental de su interés.

Mazal es un pintor de convicción desde el inicio de su actividad artística, cuando las discusiones versaban sobre la muerte del arte y la finalización de la pintura como medio expresivo capaz frente a las nuevas tecnologías. Lejos de preocuparse por estas peroratas, sabía que aquello a lo que se estaba enfrentando era, pese a los detractores y enterradores de la pintura, un lenguaje del que deseaba conocerlo todo, abarcarlo todo, habitarlo como se habita un idioma para hacerlo propio y a la vez espejo de lo que nos sucede en el interior. Se enfrentaba a la pintura no sólo con el ánimo de demostrar su enorme vitalidad (lo que sin proponérselo viene haciendo desde entonces), sino con el de simplemente ejercerla, lo que en su uso la valida y explica. La abstracción como forma pictórica en su obra es para él una elección más, puesto su trabajo abstracto nace de la realidad, aquella en la que hay figuración, cierto, pero en la que se encuentra también el complejo mundo de las sensaciones interiores, ese que es capaz de producirnos cosas desde su subjetividad emocional y que deriva en obras que narran de manera clara eventos quizá difíciles de explicar de otra manera.

Aún la centralidad de la pintura en su obra Mazal viaja con gran agilidad de un medio de expresión visual a otro usando en su obra aquellas posibilidades que le otorgan las tecnologías más recientes. En esta etapa de su producción, cuando Mazal se acerca mediante la alta tecnología digital a los objetos y los derredores del conjunto arqueológico en Palenque, lo hace no sólo con el ojo de una cámara y los sofisticados programas de una computadora, sino esencialmente desde su plataforma de pintor, de creador que aborda la bidimensionalidad y que ahora por primera vez incursiona en la tridimensionalidad reconstruyendo evocativamente sobre el suelo el espacio que ocupa la tumba y el sarcófago donde se encontraba la Reina. Aun esto la obra no está condicionada a los caprichos tecnológicos; la pintura por su parte no está al servicio de las alteraciones digitales. Todo llega a buen fin gracias al espíritu dispuesto de Mazal por servirse de herramientas más actuales cuidando que la emotividad y aquello que existe sólo en su intimidad no desaparezca. Ya lo dice a partir de una obra que hace referencia al nacimiento de su hija Julia: veo cómo el aire pasa a través de los colores.