Festival de arte en A Coruña, España

Outonarte #2010: Cartografías Quebradas

Dónde:
Outonarte / A Coruña, España
Cuándo:
02 oct de 2009 - 07 nov de 2010
Comisariada por:
Organizada por:
Descripción de la Exposición
14 artistas: Fruela Alonso, Alejandro Castro, Nano, Arturo Fuentes, Christian García Bello, Sofía Grandío, Borxa Guerrero, María Marticorena, Holga Méndez, Oqo Filmes, Martín Pena, Andrés Pinal, Pisando Ovos Cía. Danza (Rut Balbis), Damián Ucieda, Mar Vicente. Una iniciativa producida por: Concejalía de Cultura / Ayuntamiento de A Coruña EDIFICIOS-SEDES CON OBRA ESPACIO INTERIOR: 1 -Sala Municipal de Exposiciones PALEXCO (Palacio Exposiciones y Congresos) Primera Planta - [ Entrada por: avda. Asociación de la Prensa, s/n] 2 - Casa da Cultura Salvador de Madariaga- Sala de Exposiciones Municipal Planta Baja + 1ª Planta + Biblioteca Municipal Infantil y Juvenil [ Entrada por: calle Durán Loriga, 10] ESPACIOS PÚBLICOS URBANOS CON INTERVENCIONES ARTÍSTICAS: 3 - Fachada lateral edificio PALEXCO - Avda. Asociación de la Prensa. (MAR VICENTE. Cuadrado) 4 - Avda. Jardines de Méndez Núñez. Edificio La Terraza. (MARTÍN PENA. Restitución II) 5 - Cantón Grande: Delante del Obelisco. (MARTÍN PENA. Restitución ... I) 6 - Cantón Grande: Dos contáiners, con proyecciones (MARÍA MARTICORENA. Registros de seis performances) y una instalación (CHRISTIAN GARCÍA BELLO). 7 - Cruce calle Durán Loriga con calle Huertas - Arco-túnel-pasaje. (MAR VICENTE. S/T) 8 - Travesía-calle Huertas - (NANO. Pintura mural en paredes medianeras-traseras de 4 edificios)

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MIRAR ENTRE LAS GRIETAS *

 

Seve Penelas

 

On-Off. La torre de un faro emite una luz y delimita un espacio, tanto hacia el mar como hacia la tierra. Un obelisco incide también en un lugar, urbano, como un monumento; pero si además está dotado con un mecanismo de relojería, marca también el tiempo. Dos coordenadas -espacio y tiempo-, para habitarlas en y con la primera casa de nuestros propios cuerpos, verticales, pero frágiles. Como frágil es la línea en la que se mueve el arte. Levedad que contrasta y se complementa con la fuerza necesaria para reivindicar la vida, sentirse miembros de una comunidad, construir un lugar, un espacio: público al tiempo que íntimo o privado; libre, pero también controlado, seguro; colectivo, sin dejar de poder ser individual. Avanzar por entre dúos de opuestos y salir adelante, ése es el relato. Dibujar el recorrido, huella a huella, y mirar hacia atrás sin quebrar la conciencia, ése es el reto. Pero... ¿cómo poner orden en el caos? ¿Cómo llegar al núcleo de la entropía? En el intervalo, una opción -la que emplean muchos artistas-: invertir las miradas, darle la vuelta a las cosas, volverse antípoda. Ser una nube en pantalones, decía el malogrado poeta soviético Mayakovski. La creación como método de autoconstrucción y supervivencia. La crítica y, por supuesto, la autocrítica, siempre bienvenidas. Pero se trata de una libre elección, cuestión de esfuerzo y creencia, argumentos y seducción. Dedicarse a hacer realidad la imaginación de lo que pueda parecer imposible.

 

Como cimientos: caldo geológico y tectónica de actitudes. Como objetivo en la brújula: una exposición. CARTOGRAFÍAS QUEBRADAS. Sustantivo y adjetivo, plurales, para acoger catorce nombres y mucha más gente detrás. Con todo ello se materializa Outonarte#2010, una iniciativa -por tercer año consecutivo-, de la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de A Coruña, con la que promocionar a nuevos artistas gallegos, y arrojar luz sobre algunos otros en riesgo de quedarse en la penumbra.

 

Desde los 24 a los 40 años, ampliando esa apología del artista emergente, muchos de los seleccionados tienen el innegable vínculo de la Facultad de Bellas Artes de Pontevedra, importante semillero de las dos últimas décadas en Galicia. Pero hay más opciones, y además no se trata ni de una guardería ni de una exposición de fin de curso. Hay que zafarse del afán paternalista, de la etiqueta del artista emergente que, muchas veces, deriva en el síndrome del arte detergente: mucho volumen de espuma inicial pero después, a veces, ni con laca. Por no entrar en asuntos como imitaciones pseudoinconscientes y vejeces prematuras. Parafraseando a Samuel Beckett, si eres joven: equivócate otra vez, equivócate mejor.

 

Con esta exposición se ofrece, pues, un itinerario por propuestas de actualidad de las artes visuales en Galicia, a través de catorce autores que trabajan con diferentes contenidos, lenguajes, materiales y soportes técnicos: pintura, dibujo, transferencias, fotografía, vídeo, performances y registros de acciones, cortometrajes de animación stop-motion, danza contemporánea, intervenciones en el espacio público urbano, instalaciones, paisajes sonoros, etc. Un itinerario de ida y vuelta, con todos sus quiebros, propios de las miradas múltiples de esta selección. Recientes, casi inéditos, algunos; otro, con más trayectoria, pero orillados, oscilantes o no reconocidos en su justa medida. Así, hasta articular un síntoma posible de un arte que se hace en y desde Galicia pero con vocación universal y sin complejos. No pretende ser un mapa del estado de la cuestión. Como mucho, una perspectiva más desde una torre invertida, desde un faro en el que encender o apagar la luz puedan ser dos formas igual de legítimas para abrir caminos. Y, por encima de todo, una cordial invitación a la ciudadanía para el conocimiento y disfrute del arte actual en Galicia, con el que se incide desde y en el mismo centro urbano de A Coruña, una de las zonas más significativas de su cartografía.#

 

DE LOS CONTINENTES A LOS CONTENIDOS. 13 ARTISTAS + 1

 

Y llegó el día: sábado 2 de octubre de 2010, 12:00 horas, sala del Palexco. Entre el deambular curioso de la gente que descubría cada obra, comenzó a sonar una melodía. Pisando Ovos, Cía. Danza Contemporánea, o lo que es lo mismo, RUT BALBIS (Ourense, 1979) se singularizó de entre el público, preavisado, pero no por ello menos sorprendido, y ejecutó su pieza Menos 1. En ése su momento, fueron 13 más 1. Un solo de danza para un cuerpo que dialogaba con el espacio, con las obras, con el seguimiento atento y entregado del público, pura transversalidad escénica..., un vals con los faros de Andrés Pinal, las pompas y burbujas de la infancia entre las geometrías de colores de Mar Vicente, y un arrastrarse final para despegar sobre un círculo de margaritas blancas, hasta pisotearlas y alzar el vuelo, como el viaje de un ángel, sobre el gran cuadro de Fruela Alonso, Momentos de un paisaje. Treinta minutos de intensidad, gracia y estremecimiento, que culminaron ante 3x6 metros de telón de fondo vivo, leve, profundo, denso, para acoger 'la encarnación de la artisticidad' en palabras del propio pintor, sinceramente emocionado por lo allí vivido. Un final con el eco rotundo de los aplausos que llenaron lo que antes pudo ser una arquitectura de garaje, y que terminó convertido en el templo de un ritual. La experiencia directa queda en la memoria de los presentes; para los ausentes, la alternativa en versión pantalla, a través de un vídeo, Pieza (2009), realizado por los compostelanos Miramemira (Damián Varela y Andrea Vázquez), a partir de un fragmento otro de la coreografía de Menos 1, con Rut Balbis entre distorsiones visuales y sonoras, y agitaciones lentas que progresan hacia un adagio de emoción. ¿Danza + videocreación = videodanza? Buen futuro para los tres.

 

Por ceñirse ahora ya a un presente alfabetizado, es cuestión de continuar con el resto de los artistas, uno por uno. Y abre turno FRUELA ALONSO (Lloro, 1974), un asturiano de una pieza, transparente y directo, afincado hace tiempo en Pontevedra, que ejerce de pintor en el más puro y amplio sentido del término. Su reconocida progresión de los últimos años, y la tenacidad y entrega con la que vive su trabajo, quedan de sobra reflejados en el espacio dedicado en la sala del Palexco. Aire y distancia para contemplar y adentrarse en los grandes formatos de sus cuadros, variaciones de una imagen capturada por un ojo inquieto. Ya sean vistas aéreas de ciudad -esa Prípiat ucraniana tan próxima y afectada por el desastre nuclear de Chernóbil de 1986, que rompe y estalla como una panorámica cada vez más borrosa en cada nueva versión-, ya sea la obstinación por agotar las tentativas de una visión urbana idílica de Frankfurt, o sus más recientes indagaciones en el paisaje, cada vez más despoblado, más esquemático en su gran formato, pero igualmente sutil que en las pequeñas tablas con las que también deconstruye, a modo de un zapping fragmentario, lo visual y lo mental de la escena elegida. Lo suyo es atravesar el aire hasta agotar un lugar en la memoria de la mirada o incluso reinventarlo. Alcanzar una imagen final, aunque sea por la vía del reduccionismo inducido. Una imagen, una pintura, un cuadro que se haga necesario en su cierre de ciclo, y vuelta a empezar.

 

Revisar o revisionar fue la dinámica de ALEJANDRO CASTRO NANO (Carballo, A Coruña, 1986), al afrontar en una gran pintura mural, para sorpresa de todos, un episodio de la iconografía cristiana. Sus formas, argumentos y su absoluto respeto por la tradición, por el oficio de los muralistas, añadidos a la complicidad por su reciente estancia en México, activaron el detonador para llevarlo hasta sus últimas consecuencias. Conseguir un espacio para un mural así, en pleno centro de A Coruña, se antojaba imposible, pero Nano dio con la clave en un hueco de la Travesía de la calle Huertas. Recubiertos de espuma amarilla aislante, dos tramos altos en los ángulos laterales, y un gran paño rectangular en el centro. Puritito retablo urbano, como el altar de una iglesia desacralizada, abierto en plena calle. Un solar imposible que hace años albergó la Taberna A Nova Pataca, punto de encuentro de algún sector bohemio coruñés. Mientras se gestionaban los permisos para pintar las medianeras y traseras de los cuatro inmuebles implicados, Nano afinaba los bocetos. Tras una semana de sesiones de andamio y cabina telescópica de grúa, nos encontramos con el resultado: Todos los caminos llevan a Roma. En el centro, justo el momento anterior al beso de Judas a Cristo, coronados por la paloma del Espíritu Santo, y una frase que simula hebreo de izquierda a derecha, pero que resulta ser un perfecto castellano para leer con efecto espejo, en unas mayúsculas que esconden 'TIENES LA LÍNEA DE LOS LABIOS FRÍA'. Verso de una popular canción, muy apropiado para ese instante de la traición premeditada, congelada. En el ángulo izquierdo se eleva la figura de la Muerte, La Catrina, en su versión mexicana más lúdica y pizpireta, acompañada al ras de su vestido por una brigada de kafkianos soldados prestos a detener a Cristo. En el ángulo derecho, una hermosa mujer, desnuda y embarazada, quiere encarnar la Vida, pero temblorosa sobre sus zanco-piernas, asoma bajo la máscara de su rostro la realidad de otra calavera que remite a la tentación del pecado con el que tantas veces -desde la Edad Media hasta Gustav Klimt- ha quedado asociada esta alegoría. De lado a lado, más de 20 metros, discurre por abajo un friso de manos gesticulantes propio de la dactilología, alfabeto manual. Traducido letra a letra significa: 'PECO, LUEGO EXISTO'. La duda cartesiana, Cogito, ergo sum, reconvertida, más allá de dogmas de fe, en la realidad de los instintos que nos hacen humanos, demasiado humanos. Pequemos...

 

Volvemos de la calle al interior, planta baja de Casa da Cultura Salvador de Madariaga, y... paralizada se queda la gente ante una estructura metálica suspendida, con motores, fuentes de alimentación, cables, y el movimiento giratorio de doce cajas de cartón sobre uno de sus picos y encima de otras tantas banquetas cubiertas con hojas de periódicos, sección de economía. Entre la sorpresa, la sonrisa y el desconcierto, estamos frente a la espléndida instalación de ARTURO FUENTES (Ourense, 1975), Trying to get round -locución con diversas acepciones, desde el literal 'intentando alcanzar la redondez' hasta el más evasivo 'intentando escaquearse dando rodeos'-, un auténtico laberinto de low tech en el más puro estilo Fuentes. Los prismas de cartón, como solteros duchampianos, giran y giran, como el vértigo presto y lento de unas teclas de piano que interpretaran las Variaciones Goldberg de Bach, pero también como derviches del absurdo, esforzados por el ansia de alcanzar la esfericidad, la circularidad planetaria, el summum absoluto de un aleph micro-macro... También el mondo yira y por el camino se producen bajas, cajas que mueren, caen y yacen inertes. Su texto, cerrando una reflexión sobre qué ocurre cuando una obra de arte deja de serlo, no tiene desperdicio. Es, cómo no podría ser de otra forma en este caso, un texto Redondo.

 

De vuelta a la calle, toca parada con CHRISTIAN GARCÍA BELLO (A Coruña, 1986), en pleno Cantón Grande. Un contáiner de 6 metros acoge su instalación específica En las partes oscuras de la ciudad se encuentran los futuros abandonados generados por la entropía. Cogemos aire después del título y nos adentramos en una atmósfera suspendida, melancolía poética y cálida dureza entre la combinación del acero envejecido del contenedor y los elementos interiores: un banco de madera de parque, añejo, como las raíces de los arces en los bosques centenarios; sobre él, un trozo de papel desdoblado con un poema [El verano ya ha pasado / como si no hubiera habido. / Aún hay calor en lugares soleados / pero eso poco ha sido (...)], de Arseny Tarkovsky -padre del mítico director soviético de cine Andréi Tarkovsky-; una máquina de escribir, también antigua, con un rollo todavía blanco de papel térmico, de fax, que sale del carro y se descuelga por el respaldo del banco hasta el suelo, frente a una vieja palangana de zinc con agua, sobre la que flota un archipiélago de recortes de papel con un glosario de palabras escogidas (Génesis, Mito, Profecía, Vacío, Búsqueda, Final del Camino, Ficción, La Zona,...). Entre la máquina de escribir y el papel del poema, una bombilla apoyada alumbra la estancia. Al fondo, un equipo de audio aporta paisajes sonoros y la recitación del poema original en ruso. Toda una cápsula intemporal para sumergirse en las mitologías más personales y crípticas de García Bello, con todas sus querencias por el universo Tarkovsky, las novelas de ficción de los hermanos Arkadi y Borís Strugatsky, y las derivas entrópicas de Robert Smithson. Una genealogía de afinidades que se transporta al resto de su obra, en las paredes del Palexco, donde dibujos y transferencias conviven con fotografías, y nos invitan al paseo de la mirada para adentrarnos en ruinas románticas y antirrománticas, arquitecturas y lugares donde las imágenes se vuelven etéreas e imaginarias.

 

Sin dejar la sensibilidad poética de lado, pero asumiendo una actitud más cruda, más directa, SOFÍA GRANDÍO (Villalba, Lugo, 1986), presenta en una sala oscura del Palexco una proyección de vídeo. Acción en 3 partes (2009), en la que la propia artista ejecuta tres actos en el claro de un bosque: desde el encintado de negro de su cuerpo al desnudo (I. Las heridas), pasando por cubrirse de barro (II. El olvido), hasta dejar que seque y retirar la cinta (III. Las huellas). Las imágenes y el ritmo tienen el magnetismo de dejarte absorto, hay toda una tensión y violencia soterrada para acompañar el recorrido de las líneas negras, afrontar la máscara casi tribal de su rostro, sentir el embadurne del fango ensuciando su cuerpo, y la demora de los jirones al retirar la cinta seca entre ráfagas de viento. El positivo de la línea deja paso al negativo, y el cuerpo se convierte en estampa, en mapa. Marco conceptual de la práctica del grabado, pero también territorio de potencial dominación del hombre sobre la mujer. Ambas lecturas confluyen, pero, sin duda, Sofía orienta su futuro, no tanto hacia lo técnico-formal, como hacia las propuestas de reivindicación de género y de investigación y denuncia de la violencia como fracaso de lo humano.

 

Otros mapas, otros lugares, son los que encierran las cajas de luz de BORXA GUERRERO (Feás, Cariño, A Coruña, 1983), con sus acuarelas de perfiles montañosos desdibujados, y sus planos y códigos de topografía y agrimensor ficticio. En un gran panel en el centro del Palexco, se distribuyen 3 versiones de su serie Cosmogonías (2008), con dos formatos mayores en los extremos laterales y un montaje de diez pequeñas cajas en el tramo central. Lo explica bien claro en su texto, pero como anticipo podríamos aventurar que estamos ante una combinación de la actitud del Cézanne que afrontaba la pintura metódica, pero pulsional e insistente, de su Montaña de Sainte-Victoire, y la alteración de otros sistemas de representación para generar nuevos espacios de ficción, en busca de un lugar de cota cero, de epifanía para una revaloración de lo emocional frente a lo racional. Su perfil polivalente le lleva también a la práctica de acciones, realizaciones de vídeos y al trabajo de animación stop-motion con OQO Filmes.

 

Curiosa combinación es el caso de MARÍA MARTICORENA (A Coruña, 1977), residente en Houston, Estados Unidos, hace ya unos años, donde combina su formación inicial de restauradora, con su pasión y vocación de performer, tras pasar también por los estudios de Bellas Artes. Más próxima a la línea dura de Marina Abramovic que a la inteligencia libertaria de Esther Ferrer, el trabajo de Marticorena se presenta en esta exposición en formato de videoproyección de registros de seis de sus performances. Un contáiner en el Cantón Grande resulta el habitáculo perfecto para la resistencia y aguante al que se somete en algunas de sus performances, como cuando se taladra las uñas de una mano y un pie para tensar, entre los agujeros resultantes, las cuerdas que la convierten en un cuerpo-instrumental de viento. Otras, de carácter más sensual, místico, crítico o, incluso, irónico, mantienen siempre una puesta en escena contenida y medida, y una muy correcta y profesional edición del material audiovisual final. Pero es en el directo, la perfomance en vivo lo que le da razón de ser y existir, lo que pulsa el rito y el silencio atento a su alrededor. Siempre merecerá la pena estar al día de su calendario o de su página de internet, para poder asistir a futuras intervenciones donde seguro que no dejará a nadie indiferente.

 

De vuelta al Palexco y al extremo opuesto, a la hipersensibilidad bucólica y a la creación de islas utópicas de HOLGA MÉNDEZ (Pontevedra, 1971), con su instalación Velocidad + Sentimiento = Luz (2010). Generación de un espacio para evocaciones y transferencias sinestésicas entre los sentidos de la vista y el oído, a través de un paisaje sonoro y de la proyección, sobre paredes diagonalmente opuestas, de dos diapositivas de mica. Todo un mapeado de láminas cristalinas, orgánicas, ambientalmente minerales, pero sólo como detonante natural de un adentro más intimista y de una investigación sobre el paisaje a través del audio. Suenan pasos de caminantes que pisan hojas sobre un bosque, un sendero, rumores de una conversación de grupo, la irrupción del paso de un tren... Puede uno llegar a sentirse transportado al legendario cuadro de Turner, Lluvia, vapor y velocidad (1844). Para ello, sí, es imprescindible tomar asiento en la bancada y dejarse llevar por la experiencia de la escucha.

 

Primero ver-leer, y después ver-oír. Así funciona OQO (Pontevedra, desde 2005), primero editora de libros ilustrados y ahora, también, productora audiovisual de cortometrajes de animación stop-motion (foto a foto, una a una, no ya los 24 fotogramas por segundo del cine, no, sino el clic unitario de cada toma fotográfica, después de preparar las escenas y secuenciar los movimientos de personajes, luces, ambientaciones, etc.). Todo un trabajo en equipo de artesanía sofisticada para tiempos de vértigo digital. Mérito el suyo, más que reconocido, cuando uno se deja llevar por las narraciones y las estéticas bien diferenciadas de cada una de sus películas, adaptadas de sus libros previamente publicados. Planteados para un público infantil y juvenil, cualquier adulto sabrá reconocer también la calidad de sus trabajos, y los guiños para cinéfilos desde Tim Burton al Metrópolis de Fritz Lang o los Tiempos Modernos de Charles Chaplin. Un valor extra: la patria de la infancia se puede quebrar al crecer, pero todo dependerá de cómo te cuenten las cosas cuando eres un niño. OQO no considera a los pequeños como enanos contentables sólo con chucherías de colorines, sabe buscar la esencia de una risa inteligente, el disparate del absurdo, la escatología bien llevada, además de inculcar unos valores humanistas que afloran en la formación y vocación del amplio, transgeneracional e internacional equipo que los compone. Entre las personas que asistieron a las proyecciones de sus cortometrajes en el CGAI o en la Biblioteca Municipal Infantil y Juvenil, seguro que no fueron pocas las que se sorprendieron, gratamente, de que OQO exporte por el mundo adelante el cuño de Feito en Galicia.

 

Mientras unos instruyen con valores, otros, como MARTÍN PENA (A Coruña, 1974), restituyen. Historia y memoria, sin caer en el didactismo ni en la divulgación popular y panfletaria, pero con una sutileza y contundencia como para que sus intervenciones no pasen desapercibidas. Auténticos ejemplos de lo que idealmente habría de considerarse un arte público con sentido. Su breve texto, magistral, dejará mis palabras en poco más que una merecida laudatio. La dialéctica de quebraderos y satisfacciones en el proceso resultó una de las experiencias más gratificantes como aprendizaje personal en esta exposición. Sus estudios de Bellas Artes y de Arquitectura, sumados a su dilatada experiencia vital por Estados Unidos, Sudáfrica, China o el País Vasco, lo convierten ya en un rara avis. Pero su trabajo, argumentación intelectual, investigación de archivo y resolución de la ecuación final, son de una eficacia absoluta. Contención y concreción. Dos restituciones, I y II (2010), son dos intervenciones al hilo del proceso global de la exposición, con un grado de implicación en lo urbano y en la intrahistoria de la ciudad que, probablemente, ni el mismo Martín alcance a dimensionar si no se da el feedback correspondiente.

 

Su actitud y su mirada, no distante, sino distanciada para tener una mejor perspectiva del porqué y el para qué de una obra en el espacio público, le llevaron, en el primer caso, a la búsqueda de inciertos, pero posibles, hallazgos de interés en los depósitos municipales de A Grela. Así ocurrió al encontrarse con tres tambores de piedra, restos de una reforma practicada en el emblemático Obelisco -proyecto de 1893, en honor de un antiguo Diputado de A Coruña y Ministro de Fomento de la época- para elevar su columna y adaptarla a los edificios que crecían a su alrededor. Su restitución activa diferentes niveles de lectura: para muchos coruñeses es una novedad descubrir que el Obelisco no siempre fue así, de alto; igualmente, muchos podrán imaginar la realidad hueca de su interior, donde se encuentra el péndulo del reloj que siempre atrasa en la esfera del remate; el encaje de las tres piezas, como si fueran ahora las ruedas dentadas de un engranaje, genera también un innegable y eficaz resultado visual; ¿cuántas nuevas fotopostales saldrán a partir de este simple gesto?; hasta los críos encuentran en la composición nueva inspiración para sus juegos, colándose por sus agujeros o escalando por las más de tres toneladas de piedra restituidas. ¿Se puede pedir más con menos?

 

En el segundo caso el cariz es otro, pero su idoneidad igual de pertinente. Al lado mismo del Kiosko Alfonso, en la Avda. de los Jardines de Méndez Núñez, se encuentra el edificio conocido como La Terraza. En 1985 se convirtió en sede de RTVE en A Coruña y en su reforma para la nueva función, alguien tuvo la genial idea de retirar unos florones decorativos de los remates de las fachadas laterales, y colocar allí cuatro y cuatro bustos de bronce, de otras tantas personalidades vinculadas con el periodismo y A Coruña. Dada la altura a la que se encuentran -aprox. a unos 15 metros, lejos de la más obvia función de un retrato, esto es: poder mirarlo cara a cara-, ya no sólo es imposible reconocerlos, sino apenas darse de cuenta de su existencia allá arriba, a no ser que uno ande mirando a las nubes y tropiece con ellos. En el lateral izquierdo, fachada nordeste: Julio Camba, Alejandro Pérez Lugín, Manuel Murguía y Wenceslao Fernández Flórez. En el lateral derecho, fachada sudoeste: Emilia Pardo Bazán, Antón Vilar Ponte, Salvador de Madariaga y Juan Fernández Latorre. Nombrarlos basta. Una vez identificados, y después de las diferentes propuestas infructuosas por cuestiones de seguridad pública, Martín planteó bajar dos bustos a la altura de la vista ciudadana y colocarlos sobre peanas de pirámides truncadas, delante de la puerta de La Terraza. De esta manera, el servicio de vigilancia interno, desde su de entrada, podría tenerlos siempre bajo control y seguros de no caer en el riesgo de ataques de vandalismo. Un par de detalles finales cierran el expediente: los dos bustos, para nada elegidos al azar, fueron los Julio Camba y Antón Vilar Ponte, extremos opuestos de lo que podríamos dar en llamar galleguidad. Mientras que Camba fue un mutante ideológico, un bon vivant y un viajero cosmopolita; el segundo, Vilar Ponte, ejerció como uno de los líderes del galleguismo con la formación de las Irmandades da Fala y el periódico A Nosa Terra. A efectos internos, llegó a clasificarlos como el Apátrida Camba y el Patriota Vilar Ponte. Pero, las circunstancias se afinan, todavía más allá. La elección de ambos también viene dada por la propia idiosincrasia de A Coruña: de los ochos retratados en los bustos, son los dos únicos que no tienen ni siquiera el nombre de una calle en el plano de la ciudad. Otra vez: ¿Se puede pedir más con menos?

 

¿Y qué decir ahora de ANDRÉS PINAL (Vigo, 1969) después de tantos kilómetros recorridos? Sólo me queda declararlo el mejor culpable de todo esto. La primera imagen que me vino a la cabeza en cuanto hubo que ponerse manos a la obra, fue su fotografía de la Torre de Hércules, de su serie Faros (2006-2008), colección CGAC, Centro Galego de Arte Contemporánea, de Santiago de Compostela. Mientras en Santiago tienen la Catedral, en A Coruña tienen la Torre de Hércules, Patrimonio de la Humanidad e icono multiplicado por todas partes en la ciudad -grabado en losas de pavimento, en bancos de parques, en papeleras, farolas, pins de solapa...-; tanta potencia y tanto valor de signo, que la pregunta insistía sin solución: ¿cómo significar su uso, más allá de formar parte de los 28 faros que constituyen la serie? No me acordé ni de Kandinsky ni de Baselitz, simplemente salió de forma natural: inversión. ¿Un gesto tan aparentemente sencillo y banal podría llegar a ser algo radical? Sí, en el sentido etimológico de ir a las raíces, de atravesar el eje de la tierra y ser, de nuevo, antípoda. Darle, como siempre, vueltas y vueltas a las cosas. La idea ya quedó expresada al principio del texto, de forma genérica. Aquí encuentra ahora su verdadero origen. Pero más allá de la anécdota, y de la generosidad de Andrés al permitir esa licencia invertida con su fotografía, detrás está todo un reconocimiento a una manera de ser y a un trabajo y una labor artística como pocas en Galicia. No se prodiga, no, ya lo sabemos; y además hay que respetar la libertad individual. Pero, todo llegará, porque alguien más sabrá verlo, con la misma neo-objetividad con la que él tira sus fotos de días grises. Su vocación de trabajo en serie, desde sus iniciales experimentos escultóricos con láminas de látex como piel, hasta su entrada ya de pleno en la fotografía, vienen construyendo un corpus de obra que alcanzará el reconocimiento merecido. Los Faros son de una contundencia visual y un armazón conceptual tan estilizados y robustos como las tipologías cilíndricas o los búnkers de cada construcción. Una vez vistos los 28 en todo su esplendor y despliegue en las paredes del Palexco, la huella de sus siluetas queda como la señal de una luz en la oscuridad del horizonte. Aunque un faro pueda ser como el ojo de un cíclope ya cegado, Andrés Pinal acertará de nuevo con el tiro de cualquier nueva serie que esté poniendo en marcha entre vías paralelas.

 

Continúa la fotografía, ahora en la Casa da Cultura de Salvador de Madariaga, primera planta, de la mano y del ojo de DAMIÁN UCIEDA (A Coruña, 1980). Una selección de once imágenes de su proyecto inédito Los Invisibles, serie Before Blue, con el que abre una nueva línea más cálida y emocional frente a su trabajo anterior -véase, por ejemplo, la serie Simulacrum. Me gusta quedarme estereoscópico en el momento de mirar las fotos de Damián, porque un ojo me lleva por la temperatura del color que habla de un grande como William Eggleston, y el otro ojo me quiebra la línea del montaje y los formatos, con otro grande como Wolfgang Tillmans. Muletas fuera, innecesarias, porque Damián Ucieda sabe mirar de sobra por sí mismo. Una cosa son los homenajes internos, incluso los más sentimentales y familiares -esta serie tendría su germen en los encuadres de interiores y naturalezas muertas que captó en casa de su abuela recientemente fallecida, como rastros de un tiempo pasado, como instantes últimos antes del azul definitivo con el que todo se acaba-, pero, más allá, está el valor de la imagen huérfana que se mantiene y sobrevive. Por eso la selección de las once fotos finales parten de otro criterio: calles, edificios, solares periurbanos, podios y sillas absurdas en su soledad de abandonos, campos con redes, árboles quebrados, bosques y troncos estructurados como cimientos y forjados, raíces y hojarasca de hiedra que enreda en el muro, que llena con su mapa vegetal la frialdad del cemento, del mineral. Toda una colección de sensaciones de deriva en la búsqueda de un lugar entre las eternas dualidades del ser humano, entre lo natural y lo cultural.

 

Finaliza este recorrido por lo que pudo haber sido su comienzo; las obras de MAR VICENTE (Lugo, 1979). Una primera intervención de exterior, Cuadrado, en la fachada lateral del Palexco, nos lleva por una fragmentación y desplazamiento de la cuadrícula acristalada que reviste el edificio. A través de grandes cuadrados de vinilos blancos adhesivos, el paño de la fachada se deconstruye y el conjunto ofrece una visión panorámica punteada de luminosidad, de reencajes entre la retícula de la carpintería metálica. Al mismo tiempo, otro tipo de mirada nos lleva al diálogo de reflejos y contrastes que parecen reivindicar las marcas blancas, frente al caos de colores de los logotipos, excitantes y tentadores, del consumismo de centro comercial que tiene justo en frente. Esta primera intervención contrasta, cromáticamente sin duda, con los otros trabajos de Mar Vicente en la sala interior, donde se encuentran Muestras de color, Túnel. Versión III y Neón. Aquí impactan los colores puros junto a la vibración óptica y los efectos lumínicos producto de la cercanía entre las diferentes partes de las obras, su convivencia, interferencias y la participación del espectador a la hora de transitar y afrontar diversos encuadres de percepción. Una manera más que sutil de alterar un aparente orden geométrico. En consonancia con su racionalidad cromática, una segunda intervención exterior nos lleva hasta el pasaje de encuentro entre las calles Durán Loriga y Huertas. Allí alzamos la vista al pasar bajo el arco-túnel y nos encontramos con S/T, sin título pero con más luz y color, con un montaje de lonas-bandas verdes, rojas y amarillas, que cuelgan del techo, estudiadamente separadas las distancias, y con los faroles del alumbrado público cambiados del amarillo mortecino al blanco nuclear. Del día a la noche, de la luz natural a la artificial, los efectos son cambiantes y nos encontramos, una vez más, con la sabiduría de emplear recursos elementales para transformaciones de enclaves urbanos. # S.P.

 

* Extractos del texto del mismo título que aparecerá publicado en el catálogo que se edita con motivo de la exposición

 

 

 
Imágenes de la Exposición
Alejandro Castro, Todos los caminos llevan a Roma, 2010

Entrada actualizada el el 26 may de 2016

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