Ramón de Soto, una de las figuras emblemáticas del arte valenciano contemporáneo, presenta en la Galería Punto una serie de esculturas que dan cuenta de algunas de las claves radicales. Desde los mandalas a los paisajes del olvido se asiste al despliegue de una obra tan sobria cuanto sensual, realizada con materiales pesados pero dotada de una dimensión 'leve', silenciosa e incitadora de una deriva de la imaginación que aún tenga la curiosidad como base de la conformación del conocimiento. Este maestro de la escultura, con una trayectoria expositiva nacional e internacional de primer nivel, brinda al público de su ciudad la oportunidad de adentrarse y dialogar con sus obras que modifican la sensación habitual del espacio.

'Me preocupan -dice Ramón de Soto- los diferentes estados del sistema espacial, las metamorfosis creativas que se producen. El espacio es variable y permutable continuamente. Con ... todo, no entiendo el espacio mas que como una categoría cultural, un campo de conceptos, en el que tal vez los dos que más me interesan son los de orden y caos'. Hay en la obra de Soto una preocupación constante por la matización y el misterio, por lo que Tarabukin llamara la factura como un elemento estético primordial de la pintura, esto es, por generar una sensación material. Ramón de Soto insiste en que hay que permitir que las cosas salgan, 'en cierto modo, como ellas quieren salir'. Se trata de ir más allá de la matematización o de la consecución del equilibrio y aceptar lo casual, los accidentes o incluso propiciarlos como cuando oxida las piezas para dotarlas del factor tiempo y alegorizar, de una forma poética, la vida. El objetivo de las esculturas y las instalaciones de Ramón de Soto es que el vacío cobre sentido, que la distancia tenga forma y pueda conocerse.

Uno de los núcleos de la exposición que Ramón de Soto presenta en la galería Punto de Valencia está formado por lo que llama Paisajes del olvido que constituyen el contrapunto intensivo a la serie de los mandalas. Los paisajes son, más que nada, mentales, condensaciones de temporalidad, trayectos de sensaciones entrecruzadas que nos emplazan a repensar la dimensión 'contemplativa': no hay anécdota figurativa ni acotación cartográfica, evita la mimesis del natural o el repliegue romántico sobre la estética de lo sublime. Es el material el que está marcado, ascéticamente, por las oxidaciones y la corrosión, por lo deliberado que conlleva lo accidental. Círculos puntualizados por emergencias esféricas, formas rotundas que imponen su monumentalidad y, al mismo tiempo, parecen aludir a una sensación íntima. Eso que Soto califica como paisajes son hondas alegorías de la experiencia de la finitud, del tiempo desplegado en una vida que es un viaje incierto porque, a la postre, más que remitir al olvido están tensados en relación con el mítico río Leteo.

El paisaje del olvido que convoca Ramón de Soto con coraje artístico y vital nos hace recordar que el gran arte tiene que inevitablemente adentrarse en la sombra. Ramón de Soto señala que cuando hace una obra sobre todo tiene en cuenta, en el plano imaginario, el mar, la calma y la serenidad: 'Cuando hago una instalación suelo tener tres o cuatro referentes: la visión del mar, el fuego y el desierto'. Este artista conoce a fondo la experiencia de adentrarse en lo laberíntico, sus mandalas y paisajes del olvido nos interpelan desde una contundente monumentalidad. Sin ornamento ni anécdotas, con coherencia estética absoluta y, al mismo tiempo, con una íntima poesía que apenas puede ser expresada, planta una línea de resistencia a una época de patética banalidad. Ramón de Soto, desde la madurez escultórica incuestionable, anuda con fuerza, una vez más, su imaginario esencial para, evitando lo superfluo, mostrar lo esencial: entregando al espectador formas que incitan a la meditación.