Ricardo González plantea esta vez, en su exposición 'psicorretratos robot' un recorrido en torno al problema de la representación de un si mismo, inmiscuido por la tela como espejo del autor, así como la del radical otro o espectador. Una tensión entre identidad y alteridad que acaba convirtiendo la relación en un ente abstracto que se presenta indescriptible cada vez, adoptando nuevas formas y soluciones en cada pintura. Para ello recurre a ese espacio interfacial, que ya comentara Peter SloterdijK en su libro Esferas, donde las soluciones plásticas de un genero tan desatendido como es el retrato actual, deben venir, no tanto de la factura que responde al parecido, sino más bien de los recursos que atienden a aspectos psicológicos-fisonómicos, lo que nos lleva a la inaccesibilidad fiel de la representación abriéndose, en cambio, el extenso campo experimental de la transmisión aurática.

El rostro, según la aceleración a la que se expone, e incrementa cada vez mas en nuestra época postmoderna, no es algo fijo, de esto ya se dió cuenta Francis Bacon, pues va cambiando, se deforma, se esfuma...Una imagen fija no puede darnos la idea del todo, de ahí la incompletitud que se muestra como reflejo de dicho fenómeno, fisuras por donde establecer conexiones que nos posibiliten un revelado de orden psicológico que nos transporte al mundo de la intangibilidad de las sensaciones.

Desde esta óptica conceptual, Ricardo González plantea un desarrollo técnico riguroso, cuidando la extensión de cada capa, recordando, en estas superposiciones, que la pintura actual es hija de su tiempo y por ello puede colaborar conjuntamente, o recordar, a esas nuevas tecnologías que nos rodean en nuestra vida diaria. Un término entre lo orgánico y lo digital, entre el caos y el orden, que le lleva a la creación de unos personajes sobrehunanos que, abandonando su naturaleza inicial, se van acercando poco a poco a una postura autómata inquietante.