Crítica 21 may de 2025
POR YUDINELA ORTEGA HERNáNDEZ
Solimán López, Manifesto Terrícola , 2023-2024
«Biodigital», la propuesta del artista Solimán López en el renovado Siroco ARTLAB (Madrid), es analizada por Yudinela Ortega como un diálogo audaz entre biopolítica y arte tecnológico. Con obras hechas de ADN y desechos espaciales, la exposición (inaugurada en abril) busca crear conciencia, sin embargo, la crítica señala su ambivalencia: ¿arte transformador o poética que dulcifica la crisis ambiental?
Jueves soleado de finales de abril. Aún no soy consciente de los días de lluvia que quedan por delante, ni de cómo una sala de conciertos muy conocida en Madrid puede reconfigurarse para convertirse en un espacio de encuentro y reflexión sobre arte digital, biotecnología, marketplaces y NFTs.
Pero aquí estamos. Y entre Madrid y el cielo, todo es posible. Camino curiosa, dejo atrás el Museo de Historia de Madrid y bajo por la calle de la Palma hasta llegar a San Dimas. Voy abandonando así, el ecosistema de la urbe, ese que me acoge y que también, en palabras del artista que voy a conocer: «vemos como un entorno vivo y natural, totalmente manipulado y no sostenible, creado por el humano».
Llego a Siroco ARTLAB, cruzo el umbral y, para mi sorpresa, nada es lo habitual. El espacio está totalmente transformado. Digamos que ha pasado por allí la mano humana y a su lado la de la tecnología, esa en la que como especie, a veces también nos empoderamos. El recinto ha quedado habitado por doce pantallas digitales profesionales que responden a una narrativa coherente con la obra digital en su formato nativo. Los creadores que de ahora en adelante expongan sus trabajos en el renovado Siroco, tendrán a su disposición los medios acordes a la naturaleza de su producción, sin tener que pasar por la migración que la mayoría de las veces se convierte en puente entre una obra digital y un espacio-tiempo analógico. Los asistentes podrán así interactuar con lo que se muestre de manera más accesible, inmersiva y en un entorno social.
En palabras de su directora, Sara Navarro: «Siroco ARTLAB nace con la misión de acercar la tecnología y las nuevas formas de creación digital tanto a un público general como a artistas que están dando sus primeros pasos en ese ámbito». El creador Solimán López (Burgos, 1981) es el encargado de inaugurar la programación del nuevo nodo del arte digital en Madrid.
No conozco a Solimán en persona, pero antes de comenzar la travesía de investigar su trayectoria —colmada de categorías que durante años me han generado dudas y que, en ocasiones, me parecen imposibles de comprender a fondo al ser extrapoladas al entorno de la producción artística—, me propongo un ejercicio de apertura mental. Así, entre el extrañamiento, la fascinación y el carisma con el que va relatando sus proyectos, me doy cuenta de que, en efecto, aunque su voluntad responde a un persistente ejercicio poético sobre las estructuras de poder con la intención de minarlas desde dentro, su producción es una propuesta provocadora que despliega un arsenal tecnológico: inteligencia artificial, biotecnología, manipulación de ADN. Una vocación que se aparta del simple alarde técnico para intentar diseccionar los límites, cada vez más difusos, entre la práctica artística y el entorno científico.
Solimán López es uno de los exponentes más relevantes del new media art en España. Artista conceptual, investigador, ecologista y activista biodigital, desarrolla su obra aplicando y analizando la tecnología desde una perspectiva tanto conceptual como técnica. Es un creador multidisciplinar que materializa sus ideas a través del arte digital, la performance, las piezas interactivas y la producción multimedia en general. Su trabajo se centra en el estudio de los cambios sociales provocados por el paradigma de la revolución tecnológica y el nuevo lenguaje que emerge del debate digital, con el propósito de compartir una visión crítica, poética y profundamente tecnológica del presente. Esto no significa que su obra esté exenta de tensiones. En Biodigital, el hecho expositivo se presenta como una documentación de procesos, situada en el umbral entre la biotecnología y una estética que, en cierta medida, podríamos calificar como especulativa. Y es precisamente en ese espacio donde surge una pregunta inevitable: ¿cuál es el papel del arte en un mundo cada vez más definido por la interacción entre lo vivo y lo programado?
Los proyectos Manifiesto Terrícola (2023–2024), Invisible Pegaso (2024) y Cápside (2025) configuran un entorno inmersivo en el que lo phygital se convierte en un ecosistema donde se articulan formas de agencia no humanas, cuerpos múltiples, sensores que capturan el deseo y dispositivos que responden a estímulos mediante ficciones somáticas. En lugar de una simple estetización de lo tecnológico, se ofrece un dispositivo de análisis visual y técnico para desmontar las lógicas binarias: humano/máquina, natural/artificial, autor/espectador.
Así somos testigos de la envergadura conceptual de Manifiesto Terrícola, la elusiva poética de Invisible Pegaso y la encapsulación simbólica de Cápside. Proyectos que demandan una interpretación que trascienda la fascinación superficial por la innovación, y nos permita profundizar en las estrategias de desmaterialización, la densidad de sus discursos simbólicos y la propia función de Siroco ARTLAB como «la primera plataforma de exhibición a artistas digitales emergentes que, hasta ahora, han trabajado en redes o en formatos no presenciales sin encontrar espacios donde mostrar su producción de forma profesional».
En una sociedad cada vez más regida por la extracción de datos afectivos, las métricas y los KPIs, Solimán López desarrolla propuestas que buscan poner el arte y la ciencia al servicio del planeta. Desde el Ártico hasta los Andes, pasando por la región amazónica, su trabajo se despliega mediante prácticas colaborativas y una adaptación activa a las comunidades que lo acogen. Así, concibe sistemas abiertos y flexibles que permiten, por ejemplo, que los latidos de una persona modifiquen en tiempo real el comportamiento de una membrana sintética, o que una coreografía de luz y sonido responda a los niveles de CO2 en el ambiente. Uno de los aciertos más notables de la exposición es precisamente su carácter procesual; no como resultado cerrado, sino como práctica viva, en constante evolución.
Manifiesto Terrícola, un proyecto de largo aliento y ambición conceptual que se convierte en el núcleo de esta reflexión. La transmutación de un manifiesto textual en código genético, la subsiguiente encapsulación de este sustrato informático en una matriz orgánica de hidrogel de colágeno y su impresión tridimensional bajo la forma de una oreja humana bio impresa, opera como un potente oxímoron. La oreja, investida de una carga icónica que evoca la «escucha a la Tierra» y un transhumanismo de signo benévolo, plantea una paradoja inherente a su propia materialidad.
La acción de enterrar esta pieza tecno-orgánica en el permafrost de Svalbard —un enclave glacial intrínsecamente amenazado por el calentamiento global— introduce una fisura simbólica en la noción de una memoria imperecedera. Al mismo tiempo, la transmisión de un mensaje ecológico mediante un objeto de factura tecnológica suscita una interrogante ética: ¿es legítima la intervención humana en ecosistemas remotos en nombre de su preservación? La obra, entonces, tensiona la coherencia entre un discurso ecológico y científico y la ambigüedad simbólica de su materialización.
En Invisible Pegaso se amplía esta dialéctica hacia la problemática de los desechos espaciales. La instalación, fruto de una colaboración interdisciplinar con el biólogo Andrés Yarzábal, se ancla en la topografía simbólica del volcán Chimborazo y su agua glacial como elemento vital. El fundamento de la propuesta reside en el cultivo vivo de bacterias extremófilas que, mediante biolixiviación, extraen metales de circuitos electrónicos, liberando un pigmento denominado "Solarcene". Este proceso alquímico da lugar a dos resultados artísticos tangibles: un colorante que alimenta una serie gráfica, y el cobre recuperado, transformado en microesculturas que replican la morfología cambiante del volcán.
La obra, poliédrica y sugerente, propone una suerte de alianza con organismos extremófilos para la degradación de la basura orbital, invitando a reflexionar sobre la huella antrópica a escala cósmica. Sin embargo, esta poética de lo invisible —hecha visible a través de la biología sintética—, corre el riesgo de estetizar un problema ecológico de profunda complejidad. La obra, desde su ambivalencia, se debate entre una posible solución biotecnológica y una narrativa ecotecnológica que endulza en cierta medida, suaviza las contradicciones inherentes a la continua extracción de recursos.
Cápside desplaza el foco hacia la selva amazónica y la concepción del ADN ambiental (eDNA) como un patrimonio colectivo. Tras finalizar una residencia en la comunidad de Casilla Naira (una comunidad indígena ubicada en el kilómetro 11 de Leticia, en la Amazonía colombiana), el artista recolecta material genético de árboles de la zona, cuyo significado ecológico es crucial para el contexto que le acoge. La purificación, amplificación y análisis bioinformático de este eDNA culmina en la creación de dieciséis esferas de resina natural que encapsulan fragmentos genéticos. La reubicación estratégica de estas esferas en sus bosques de origen, con la intención de establecer un «Museo Pineal» sostenible, plantea una metáfora de protección genética de profundo calado.
La propuesta de una “Agencia del eDNA”, orientada a otorgar derechos legales al ADN ambiental como entidad no humana, desafía las concepciones antropocéntricas del patrimonio. No obstante, la propia metodología empleada —que implica la extracción y manipulación de material genético—, suscita interrogantes sobre la línea divisoria entre la conservación y una nueva forma de bioprospección. La denominación «cápside», que remite a la estructura protectora de los virus, introduce una inversión paradójica entre lo natural y lo artificial. Si bien la obra aboga por un legado ecológico, su impacto trasciende la mera concienciación simbólica, dejando en suspenso la efectividad real de esta memoria encapsulada más allá de su potencia conceptual.
La apuesta de Siroco ARTLAB como plataforma para la presentación de Biodigital y para facilitar el acceso al documento vivo de estas complejas propuestas artísticas no es casual. Su modelo curatorial, intencionadamente alejado de la «espectacularidad vacía», privilegia la accesibilidad y fomenta el impulso vital de una forma de hacer que cumple una función social, promoviendo el diálogo y la reflexión crítica desde las prácticas artísticas vinculadas a la tecnología y los entornos digitales.
La exposición en este contexto, se presenta como un reflejo de las tensiones propias del arte tecnocientífico contemporáneo, donde la búsqueda de soluciones simbióticas entre tecnología y naturaleza se enfrenta a las contradicciones de un presente marcado por la crisis ecológica y la vertiginosa aceleración tecnológica.
Biodigital permanece latente en la retina; lejos de ofrecer respuestas definitivas, articula preguntas fundamentales sobre nuestro futuro compartido, invitándonos a reconsiderar el papel del arte digital como agente de transformación y conciencia crítica.
…
Jueves lluvioso en el centro de Madrid. Tomo la derecha en calle San Dimas para subir por calle de la Palma y encontrar frente a mí el Museo de Historia de Madrid. Leo las notas que tomé la mañana que conocí a Solimán López en el nuevo Siroco ARTLAB: «Mi trabajo no pretende ofrecer respuestas definitivas, sino abrir grietas en las lógicas dominantes».
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