Crítica 14 may de 2025
POR JAVIER MONTES
Vista de la exposición ¿Cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? de Bárbara Sánchez-Kane en Collegium, Arévalo, España, marzo – septiembre 2025. Fotografía por Roberto Ruiz. Imagen cortesía de Collegium
Bárbara Sánchez-Kane, artista mexicana, presenta ¿Cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? en la iglesia de San Martín (Arévalo), una muestra que dialoga con el barroco y lo colonial mediante esculturas-coraza y prendas que recuerdan a la cultura leather del BDSM. Javier Montes, crítico y periodista, analiza cómo su trabajo, entre lo industrial y lo sacro, subvierte tradiciones con ironía y rigor.
En 2021 Artforum ofreció a Bárbara Sánchez-Kane su Top Ten, la sección más jugosa y codiciada: el invitado tiene carta blanca para elegir diez cosas inspiradoras que sirvan un poco de tarjeta de presentación y de autorretrato. Caben películas, gadgets, libros, lugares, recuerdos, platos favoritos y mascotas. Vale todo pero no todos se lucen: el truco está en evitar lo pretencioso sin caer en la tontería. Hay que dar con el tono y mezclar manías, fobias y pasiones, lo serio y lo divertido, lo canónico y lo estrambótico, para acabar dibujando una especie de mapa personal del trabajo particular y del universo en general. Sánchez-Kane ya tenía tablas en ese ejercicio de estilo: se había fogueado en el mundillo de la moda, donde el moodboard (ese panel de corcho donde se van clavando con chinchetas reproducciones de obras de arte, fotos vintage, polaroids, figurines y muestras de tejido) es el tótem y brújula del atelier donde se fragua cada colección de temporada.
Fue la primera vez que yo oí hablar del artista, y no se me ha olvidado: Su Top Ten revelaba ya la madurez de un gusto muy seguro. Su eclecticismo parecía anárquico y gamberro, pero se notaba que tenía muy claras sus ideas, sus influencias y sus intenciones: estaban los estilismos descabellados y disfrutones de la megaestrella Thalía, y la intensidad de Ana Mendieta, y Hussein Chalayan y su colección sofisticadamente venusiana After Words de 2000.
Y estaba también, como número uno, la iglesia de Santo Spirito de Florencia, la ciudad donde estudió diseño en la prestigiosa Polimoda. Al recapitular su meteórica carrera posterior conviene tener esto en cuenta: el artista elegía a Brunelleschi y la obra cumbre del renacentismo toscano frente a Bernini y el barroco romano, igual que prefería el rigor arquitectónico de Chalayan frente a opciones más exuberantes (y obvias) como Alexander McQueen. Tampoco sobra recordar que Sánchez-Kane se formó como ingeniero industrial: bajo el barroquismo y la estética (y ética) del exceso dramático de su trabajo late una pasión de racionalidad y de control que lo modula, lo hace más versátil y afinado y ha servido (y apuesto a que servirá) de sustrato y espinazo firme a su trabajo.
De la iglesia de Santo Spirito en el Oltrarno florentino donde realizó sus primeras intervenciones artísticas en 2016 a la de San Martín en Arévalo, primera sede de Collegium donde expone ¿Cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler?, han pasado diez años y se ha desplegado la carrera brillante que anunciaba ese moodboard. La exposición, cortada y cosida a medida junto al comisario José Esparza Chong Cuy, es un convincente y coherente despliegue de sus leitmotivs, su vocabulario estético y su gramática conceptual. Está conformada en su mayoría por piezas recentísimas, de este mismo año, y se emplea a fondo en explotar las resonancias culturales y estéticas de la nave medieval y de sus adherencias y ornamentos barrocos. Una iglesia en la Castilla profunda, desde luego, venía como anillo al dedo a un artista que se ha interesado en desentrañar los elementos novohispanos presentes en la cultura popular mexica y en travestir, a menudo de forma literal, el residuo patriarcal y colonial de los siglos del virreinato.
Lo primero que ha hecho Sánchez-Kane es apropiarse del lugar mediante una efectiva escenografía a base de simples andamios de obra: funcionan un poco como corrección ortopédica del edificio y su carga simbólica y otro poco como emblema de esa columna vertebral analítica e irónica de su trabajo. Ese endoesqueleto somete al espacio y sirve de soporte al despliegue de sus formas mutantes, a caballo entre la escultura y el patronaje: correajes, corazas, exoesqueletos, uniformes y botas de un saludable fetichismo perverso que da una réplica descarada y sardónica a la imaginería religiosa del templo. Así, la pieza de resistencia, Young Boy Sánchez-Kane (2024), con sus angelotes barrocos y su carcasa de correas, suplanta al retablo de la capilla mayor; los uniformes de cuero de la serie Chaos Study (2025) sustituyen con su estética alegremente leather a las casullas y sotanas de la sacristía, y la Fuente (2025) se convierte en nueva pila bautismal.
No faltan las alusiones al universo y los códigos militares y patrióticos que son ya marca de la casa, aprovechando aquí los paneles estarcidos de una antigua fábrica de banderas en Palimpsesto (Sánchez-Kane tiene un gran olfato para el reciclaje como opción ética y estética) o las vueltas de tuerca a la desaforada estética religiosa popular mexicana en sus cristos-stilettos en cera o bronce. Y es muy interesante el empleo del cuero carnaza crudo y sin curtir: su textura entre fascinante y repelente recuerda al látex carnoso y turbador de las obras de Eva Hesse. Puede drapearse si se moldea antes de que se endurezca y Sánchez-Kane lo maneja con virtuosismo técnico y sartorial tras años de diseñar colecciones de temporada al frente de su firma de moda.
Mezclar lo contemporáneo y la imaginería religiosa es un terreno resbaladizo: se presta al kitsch y a lo manido, y lo sabemos bien en países de tradición católica como México y España. No es fácil canalizar y reformular la pesadez y la violencia (pero también la intensidad y la exaltación) de siglos de religiosidad. En Arévalo, Sánchez-Kane sale airosa y hace pensar en el ascetismo torturado de las máscaras de cuero y cordobán de Pepe Espaliú, el mejor artista español de su generación, que no anda lejos del tono y la coloratura emocional de alguna de estas piezas. También trae a la mente dos inolvidables obras póstumas en espacios religiosos: la Instalaçao sobre duas figuras de 1993 de Leonilson en la Capela de Morumbi, con sus fantasmales camisas y prendas colgantes, y la trasfiguración luminosa de los neones de Dan Flavin en la Chiessa Rossa de Milán en 1996: como esta muestra, a la vez ceremonias de exorcismo de lo viejo y vías abiertas para nuevos cultos y futuros ritos.
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